Paseaba bajo un sol tropical por las inmediaciones del puerto de Papeete, en Tahití, la capital polinesia, cuando distinguí la bandera española a popa de uno de los veleros allí fondeados. Al fijarme un poco más leí en su costado el nombre de NICOLE.
¡El NICOLE SPAIN, de mi amigo Kurt!
Conocía bien al loco alemán; años atrás había sido vecino mío en una finca de montaña, pero desde hacía tiempo su pasión por el mar y la aventura lo había llevado a navegar por los lugares más recónditos del planeta. Ambos coincidimos en Brasil y más tarde en Argentina, pero a partir de allí nuestros rumbos habían tomado direcciones divergentes. Sabía de él por los comentarios de otros navegantes y radioaficionados, incluso en raras ocasiones habíamos contactado a través de las ondas, tenía noticias de lo mal que lo había pasado durante una travesía desde Hawaii a Alaska… pero ya hacía mucho tiempo que le había perdido la pista… hasta ese momento.
Le pregunté en francés a una chica que lavaba algo de ropa en una fuente del puerto y que a todas luces era una “vagabunda del mar”
Perdona… ¿Sabes si hay alguien a bordo del NICOLE?
Sí, respondió, Kurt está a bordo.
¡Ah! exclamé, conoces al capitán…
¡Claro!, soy su pareja.
Vaya, ¿Eres alemana? proseguí demandando.
No, soy española.
¿Española? ¡Yo también! ¿De qué ciudad? continué exclamando ya en nuestra lengua.
¡De Alicante! declaró.
¡No puede ser! ¡Yo también! grité.
Así conocí a Elena, que incluso compartíamos el mismo barrio alicantino y numerosas amistades. En aquel momento un viejo bote se acercó al atracadero, desembarcando de él mi desaliñado amigo:
“Capitán Cocúa, veo que sigues al acecho de las jóvenes valkirias. Sabía por la radio que andabas por estas aguas navegando en tu nuevo barco, pero aún no lo conozco y hasta ahora no había podido localizarte”
Ciertamente el ARCHIBALD se encontraba fondeado en la siguiente ensenada, algo más tranquila, un poco alejado del tumulto de la ciudad.
Esa noche hubo una opípara cena a bordo del NICOLE, donde corrió el licor mientras escuchaba las nuevas aventuras y las canciones de mi viejo amigo navegante.
Volvimos a coincidir en fondeaderos remotos, siempre junto con la simpática paisana Elena, que acompañaría a Kurt durante su lento periplo alrededor del mundo y aún más, hasta el final de sus días.
A veces dejaban descansar su barco en algún puerto seguro y viajaban a España, concretamente a su querida Altea, refugiándose entre los gruesos muros del viejo torreón mientras atendían su preciado bar La Mascarada, repleto de recuerdos de estos y otros viajes, lugar secreto de los navegantes, donde esta afectuosa pareja ofrecía cobijo y una copa de su cava a los compañeros de mar.
Kurt y Elena concluyeron su viaje, una Vuelta al Mundo sin Prisas, tal y como el viejo alemán tituló su libro, yendo siempre que podía a Altea para visitarles, agradeciendo siempre la simpatía que en cada momento transmitían, viendo todavía en sus ojos el hechizo de los lejanos Mares del Sur.
Kurt falleció, pero Elena mantiene vivo su recuerdo en un rincón de su querido bar La Mascarada, un secreto que no todos conocen. Nada más entrar, hay unas estrechas escaleras que llevan a una pequeña estancia de nombre El Museo del Capitán Kurt, donde se recrea toda aquella aventura náutica de casi dos décadas de intensa navegación. Un santuario de obligada visita para todo apasionado a la aventura del mar.
Elena se hizo a sí misma durante aquellos años a bordo del NICOLE, pasando momentos muy duros, pero otros de plena felicidad, recorriendo lugares insospechados, conociendo a gente única, sintiendo la magia que envuelve solo a las personas que en su día tomaron la trascendental decisión de soltar amarras y zarpar.
Más adelante consiguió cerrar la ruta que circunda la tierra, lo que la inscribe en el selecto libro de circunnavegantes, confirmando de nuevo tanto su pasión como el conocimiento del mar junto con lo que ello supone.
Añado pues su relato personal publicado por el Club Náutico de Altea, de lectura entrañable, que de nuevo me ha hecho soñar y otra vez recordar… Y otra vez la animo para que le dé forma a ese libro pendiente, relatando sus vivencias personales en compañía del siempre apreciado Capitán Kurt.
Tras el fallecimiento de mi amigo, publiqué en una revista náutica la siguiente nota:
Unos días antes de mi partida al sur del Sur, Elena vino a despedirse trayéndome una caja de Cava La Mascarada, con el encargo de ir descorchando cada botella tras superar momentos trascendentales, reservando la última para disfrutarla en Cabo de Hornos, la mítica isla que Kurt tanto alabó.
¡Misión cumplida!
10
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